Los mandatos familiares son un conjunto de normas y reglas que podemos vivir en la adultez como lo “normal” e incluso como “lo esperado” de nosotros, pero, en realidad, carecen de sustento.

Al parecer surgen con el objetivo de aprender nociones valiosas sobre la vida, de manera pronta, para proteger a los descendientes de los “dolores de la vida”; sin embargo, esa no es la causa porque cada persona es única, cada generación vive las situaciones de acuerdo con el tiempo y familia que los acompaña.

Estos mandatos familiares pueden ser tipo consejos, avisos, frases hechas o creencias. Otros son por medio de actos sutiles e implícitos para mantener un código familiar y una creencia. Y es que los actos y conductas de nuestros padres, abuelos o tíos se quedan grabadas en nuestra psique, en el subconsciente.

¿Te parece familiar alguna de las siguientes frases?: “tienes que ser perfecto”, “sólo los que estudian son exitosos”, “tienes la culpa de todo”, “no confíes en nadie”, “eres igual a tu padre”, “las mujeres son para estar en la casa”, “quién no obedece le va mal en la vida”, “los hombres son los proveedores, las mujeres educan”.

Estos ejemplos de mandatos familiares y muchas otras afirmaciones son conocidas por todos, crecimos con ellas desde la infancia.

Nuestra historia de vida comienza en la familia, nos encontramos desde el inicio con los primeros modelos que nos enseñan a ser quienes somos. El niño, incapaz de gestionar lo que le ocurre y de sobrevivir por su propia cuenta, absorbe estos mandatos familiares para poder adaptarse a su entorno. Espera de sus padres y adultos que le rodean, la protección y el afecto para lograr desarrollarse.

Cada familia tiene sus normas y reglas. Suelen actuar de manera inconsciente, es decir, los miembros repiten sin percatarse que están reproduciendo lo que otros les han enseñado; permean la dinámica familiar de formas muy sutiles.

Muchos de estos mandatos familiares inconscientes resultan obsoletos en la adultez, se contraponen a nuestros deseos y necesidades diversas. Otros son tóxicos desde la niñez, no permiten la expresión de emociones o cuartean la creatividad, vitales también para la adolescencia y la adultez.

Estas normas impuestas y dañinas se hacen presentes en la vida por la insatisfacción de no estudiar o trabajar en nuestra verdadera pasión, en relaciones de pareja que repiten los patrones dañinos para ambas partes, en problemas financieros, hábitos de alimentación inadecuados e incluso en trastornos mentales, como depresión o ansiedad.

Tal vez al leer esto se pueda pensar: “esto es lo que pasaba y ocurría en mi familia”. Por supuesto, ¡no existen familias perfectamente “sanas”! Esto no es posible y, por qué no, puede ser otro mandato familiar.

No podemos cambiar lo ocurrido y tampoco elegimos a nuestros padres. Ellos hicieron lo mejor posible desde su propia historia de vida. Pero también tenemos otro punto a nuestro favor: la conciencia. Como adultos, podemos ser conscientes, aprender a gestionar lo que nos sucede y decidir hacer algo distinto. Ahora somos responsables de nuestros deseos y necesidades, así que podemos elegir nuestro propio camino.

En el SIMISAE podemos acompañarte en este proceso de soltar lo que no es tuyo y construir tu independencia emocional. No hay necesidad de alejarse físicamente de la familia, sólo tomar distancia de esas creencias sin caer en discusiones, ni tratar de cambiar al otro.

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